miércoles, 23 de marzo de 2011

La huella indígena


El fuego del crepúsculo resplandece con ira
en los campos de trigo, el ansia del viñedo
llena vientres amargos con el mosto del miedo.
Muerte más muerte avanza su evolución de espira.

Las altas horas son un espacio que gira
al corazón oscuro, útero del hayedo;
cuerpo que da la sed, el coraje de un credo
—amamanta los tigres con un cosmos que expira.

Sólo la huella indígena suspendida en la llama
del sueño que sumerge a la luna en el río,
será el soplo que exalte la avidez de la flor,
aquella que sucumbe delirando su fama.

Angustia de la rosa cuando el cauce sombrío
lleva infecto el aroma de aquel vivo candor.

No en otro tiempo

Relojes blandos. Salvador Dalí

No en otro tiempo,
sino en el tiempo de los hombres,
los días.
Los días tienen piel y glándulas sebáceas,
pelos, ombligo.
Los días de los hombres tienen sexo.
Se puede disfrutar del tiempo de los hombres,
y pronunciar sin miedo la palabra muerte
¿no te suena a una “u” crepitando en un fuego frío?

¿Y si la belleza sublime
se consuma en el ritmo de la muerte
pero sin dios,
ese oscuro designio que palpita en la nada?

Después de aquellos pájaros



No creo en Dios porque nunca lo he visto.
Si él quisiera que yo creyese en él
Sin duda que vendría a hablar conmigo,
Empujaría la puerta y entraría
Diciéndome:¡Aquí estoy!
Alberto Caeiro (traducción de Octavio Paz)


Después de aquellos pájaros
se alza la tierra sin saber por qué.

Después de aquellos pájaros
se alza la tierra aun no pensada,
que se corrompe sin la esencia del cuerpo sucesivo.

Después de aquellos pájaros
se apresa una centella,
y todo es retirada.

¿Será piedra el dolor?
¿Será la eternidad la única desnudez?
Después de aquellos pájaros
se alza la tierra sin saber por qué.

Estás lleno de muerte, Dios,
por eso eres tan puro
y es tan inerte tu dolor.

No eres sangre ni sombra combatiente.
Del éter te sacaron todo fuego,
pero nada en ti sabe a la armonía,
ni incluso a consistencia.

Estás muerto de mucha muerte, Dios.

Este azul de la noche

Noche estrellada sobre el Ródano. Vicente Van Gogh

Este azul de la noche es puro pálpito;
redivivas, las horas paralizan la sangre.

Tú debes arrancar dos ríos a la noche.
En uno correrá el terror más oscuro;
desbordará en el otro, el corazón sus cauces.
Tienen tus venas
dos orillas de espuma levantada;
se acrecientan los ritmos de su afán.
¿Qué boca alcanzará la sien del estallido?

Tus banderas ondean
urgentes en los mármoles;

mientras, mi ojo se harta
como una hoja de acebo
hincada en la pupila.


Cuando todo se ausente,
yo nadaré tus ojos,
pena a pena.

jueves, 17 de marzo de 2011

El artesano (después del "El signo" de Valente)


"En este objeto breve
a que dio forma el hombre”
de "El signo" José Ángel Valente

La huella de las manos en el barro
es la única memoria.
Su instante denso, frío,
...............aquí perdura.

Aquí, dentro, en el ánfora;
pura
......ligera
..........fresca,
tácito vapor intangible,
........................su alma.

La huella antigua


En todo hombre hay una intención que no puede nombrarse,
un rapto de la idea cardinal, un bebedizo...
... el poema, la huella antigua,
esa extraña provocación.
Es entusiasmo.
Es un abismo del significado animal.
Es una voz
de profundas mitologías
.... insólitos requerimientos.
Envuelto en llamas
se expulsa lo voluminoso del mundo imaginado,
la ineludible gravedad del tiempo,
su espacio diferido.
Sus hijos se averiguan frente a frente.
Se muda la verdad de su expreso veneno.

¿Es de paz la precaria luz que la palabra oculta?
¿Es música su voluntad?
¿Habéis medido alguna vez sus longitudes?
¿cuál es su andadura?
Su frío, ¿es visible?
¿posee un poco de lujuria o de amor en los labios?

Tienes que inventariar malabarismos de experiencia,
para exprimir todo el ladrido de los perros,
o vislumbrar el ruido alto de un pájaro sin nombre.

Marchó un poeta por el pensamiento,
por el confuso territorio en el ensanche de las cosas,
por su flanco circunstancial;
el de los primitivos frutos o la esencia deshabitada.
En una apoteosis de la clarividencia,
quizá sus primeras ideas nítidamente míticas
fueron el hambre, el miedo
y unas irrefrenables ganas de poseer.

J. J. M. Ferreiro

martes, 15 de marzo de 2011

María, yo sucedo al fondo del polvo

La ciudad dormida. Paul Delvaux

Tus gastados pies corren calles que se despliegan sin sentido.
Tienes cara de tierra,
y te llevas todas las luces en las manos
mientras los mares hierven a lo lejos.
Alguien pulsa tu frente de mercurio,
tus metales de sombra,
e incita la anuencia de dos labios
que se aproximan en la niebla.
Nadan tus brazos una ola que da la vuelta
y se quema en su propia espuma.
Mueres y te renuevas en el estruendo de las playas.
¿Te figuras
las estrellas mostrándose,
de repente palpando las cosas del pasado
como si fuesen plumas momentáneas?
Y todo esto sucede
cuando la muerte es una guitarra imaginaria
o aquel cuello del crimen en un plato sagrado;
un plato con pedazos de tu nombre,
pedazos de tu carne
que se llevan el fruto de todos tus insomnios
como una luz vencida, como un agua vencida.

Al expirar del sueño
un vagón en la noche cruza el mundo
pero…
¿será el mundo como una afinidad que sólo existe si es sentida?
pero…
¿será real lo que es sentido?

Siempre, cuando despiertas,
un fantasma amarillo se enreda sin desembocar
como el estertor de un espejo
donde la luz ya no se busca;
la blanca túnica de un día muerto que vino a la deriva,
meciéndose oxidado.

Somos otros, aquellos otros
que existen desde lejos
en una hueca máscara
que esconde el rostro lacio de los dioses.

María,
yo sucedo al fondo del polvo,
y siempre polvo en pensamiento.
Sí, los pedazos de tu nombre, pedazos de tu carne
que en las horas más largas, se desmoronan.

María,
mis días se devastan en los tímpanos del desierto;
se extinguen en la cruz de las montañas
como un parpadeo que atrapa todas sus piedras,
todo el sol, todo el tiempo, toda la muerte
como en la transparencia de una excitación presentida.

Asciende un toro sobre la Vía láctea,
también asciende un astro con sus tigres dormidos.
Asciendes tú
como un pájaro abstracto que renueva los cielos.

J. J. M. Ferreiro

Fiebre de barcos


Mientras mis labios mojan las ofrendas,
las arterias de mi ventana
abren la imagen surreal del mundo.
Un terso espacio alza el vuelo,
acrecentando un cuerpo de infinitas carnes y murmullos plegados.

Una sola y extraña sangre se estremece en los laberintos;
sangre sola que grita siempre turbia,
urgente paso como ira por las venas;
sangre intacta, jamás comunicada,
siempre sola… extraña.

¿Hacia dónde vas cualquier cosa,
cántico del azar?
¿Quién recordará los cauces de tus manos?
¿Qué se urdirá con tu última memoria?

Ah..
si tu ojo pudiese latir todo el sol al revés
como una luz redonda que envuelve a la luz misma.

Yo recuerdo los dedos carnosos de mi padre
y su cuerpo doblado en una reja
jadeando leprosa de sus reos.
Había algo en su denuedo,
algo como una fiebre de barcos,
algo como si fuese una vasija demacrada
o una avidez insatisfecha.

J. J. M. Ferreiro

miércoles, 9 de marzo de 2011


Se curva lentamente la leyenda

La Montagne. Balthus

Se curva lentamente la leyenda
sobre las cosas que pudieron ser,
las extraviadas de la historia.

¿Quién dice que el destino regaló
los hijos a la guerra
de este sueño de sangre desbocada?
Padre ¿quién pronunció la esencia de otro mundo?

Ya están los muertos en el dique
de las dormidas aguas de su beso
y de la boca defraudada.

Los cauces y los hombres no son abiertos,
sólo los pájaros
son princesas liberadas.


J. J. M. Ferreiro

Que no se quiebre el límite


La perspectiva del origen es cuántica.
Nace y muere a la vez.
Está allá y está aquí su impreciso caudal.
La forma y el sentir del cuerpo
es fragmentaria;
se rompen los perfiles y al instante son otros.

Me entregaste la noche
como un fondo de dioses ebrios.
El útero engendró
todo lo que después fue cántico.
Sentido puro.
Lo que el semen reparte profundamente encerrado;
la luz toda, todos los sueños.
Lo que la vida multiplica,
sus residuos.

El dolor culminó la aparición del día.
Su número se abrió extasiado;
comprendió al fin su irrepetible incendio.
Pero quedó tu permanencia en todos los objetos.
Quedaron con tu vida contenida,
aprehendiendo su instante inmóvil.

Que no se quiebre el límite,
la honda imagen,
cuando ya lagrimea su confusa caricia,
su estampa pálida,
la sombra.

A su lado Van Gogh hizo girar los astros

Noche estrellada. Vicent Van Gogh

Cuando a ella arribó el peso de los días,
yo abrigaba sus párpados rendidos;
el llanto le temblaba de una manera indefinible.

Cuidadosamente suaves abrí los labios
rozando la miel de su cuerpo, vaporosa e inmortal,
mimando las más íntimas abejas.
De sus alrededores, desbocado como una exhalación
llegó el fulgor de las manzanas escanciando su oro embravecido;
en el curso fluvial de su fragancia giraba el mar,
todo el agua de mis pupilas.
Y las ballenas naufragaron varadas en su vientre,
y germinaron algas destrozadas que manoseaban mis poemas,
y a su lado Van Gogh hizo girar los astros.

Pero también crecieron
líquenes corrosivos que le hendían las manos.
A sus pestañas llenas de adverbios,
a sus sábanas de mujeres polimerizadas y ópticas,
arribó el peso de los días,

llegó ese instante obstruido
que siempre impregna el silencio urbano.


J. J. M. Ferreiro

La vieja casa

*
A Teresa, mi hermana

Nos tocamos el humo de las manos,
y se endurece en un obelisco del gesto.

Está claro
que juntos pisaremos los astros de la acera,
esa luz que se aleja
hundiéndose en los charcos.
Está claro que es nuestra la memoria;
son nuestros los destinos contrariados,
pero también variados tránsitos
razonablemente felices.

La vieja casa nos espera abierta
sobre una mirada reciente.
Es ella quien nos mira.
Nosotros somos su espontánea trascendencia;
su efímera memoria,
quizá no transmisible.

No espero algún tesoro de los cuerpos que fueron.
Pero acuérdate,
nuestros nombres serán la luz
que desde aquí siempre fue nuestra.
Serán el mar con la sangre que lo conduce
a través de sus reverberaciones.

Sí, desde aquí
seremos nosotros mismos,
con una insistencia sonámbula.


J. J. M. Ferreiro

Despierto

Soledad. Paul Delvaux

Despierto
¿Estáis ahí?
Ya se siente la pólvora en la pared,
el chorro de las horas derramándose desde el sueño.

Todo parece ser restituido sublimemente nítido.
De la noche sólo nos queda
un tejado resbaladizo con cinco gatos tiesos.

Un ligero temblor estimula un crujido en la memoria
y asciende un humo a plena luz
..................―molicie del sentir;

un capricho de fe para desandar el futuro
como un reintegro insólito sin señales reconocibles,
sólo un cuerpo en exceso que se enreda en el caos.


J. J. M. Ferreiro

La ciudad inevitable

Atocha. Antonio López

Veo nubes enfermas cercando la ciudad
y un sol rojo que tiembla detrás de la luna.

¿Una derrota? ¿Una imposición?
A tus espaldas
ciertas tardes se acaban
y encienden sus maderas de tristeza,
con esa otra voz que pronuncia póstumo el canto de los pájaros.
A tus espaldas
ciertas tardes se acaban
mientras se pudren los semáforos en las aceras
y la lluvia se aleja con su agónico gesto de alga empapada,
oxidadando siluetas y artificios
entre el blando zumbar de su letargo.
Sí, veo las nubes enfermas cercando la ciudad,
confusa e inevitable
como una estación de metro que en el túnel se pierde
pero siempre retorna iluminada.

Así, de pronto, he sentido como las calles
atropelladamente
penetraban por mi ventana.

J. J. M. Ferreiro

.


Cuadro de Edward Hopper

Sólo un camino

*
El futuro se esfuma
como la visión fugitiva de un cristal instantáneo,
la luz de una fotografía
apagándose
en la naturaleza eterna de las preguntas.

Encenderá la lámpara su inapelable instinto
como un fulgor de pájaros exánimes,
una lesión de prolongado asombro
o un licor muy alcohólico fluctuando en el aire;
su benefactora expansión punzará todas las demencias.

En su devastación, germinará
el femenino ardiente de la tierra.
Su fuego ya calcina la esencia viva de las aguas,
un calor que en su unidad concibe la belleza.

Después de los murmullos de la nada
sólo un camino afín al regreso.

Blasfema de la vida buscando una vida más aceptada.
Saborea enseguida el artificio,
y no preguntes por los cementerios.


J. J. M. Ferreiro

Salvadme de lo eterno

El Pabellón del malecón. Michael Andrews

Avanza a esta demora de lo eterno,
a esta fugaz demarcación entre las sienes de un relámpago.
Encontrarás un corazón obligado a batir el tiempo.
Te abrazarán las fibras de la noche dispersa
para poder arder en ti.

Aquí habrá vigilancia,
opacidades que te nombran
con susurros silabeando el soplo de la incertidumbre.
Aquí, en las arterias del espejo,
se enciende un pecho a flor de espuma.
Aquí, la sangre se satura de intransparencias.
Aquí, en los peciolos de los chopos,
están los presidios del aire
impregnando el sabor de tus encandecidos labios.

Mirlos de barro y nieve, salvadme de lo eterno,
del manantial de su vigor exacto,
de sus altivos cauces,
de sus cánulas imantadas.


J. J. M. Ferreiro