jueves, 22 de diciembre de 2011

El corredor del anochecer

Corredor en la playa. Fotografía de sauron63

“Por la hendidura de tu sonrisa se escapa un animal aullante
Que sólo goza en las alturas”
Paul Éluard

Cielo cortado.
Angostura de claridad.
Imperioso fulgor de la vigilia.
En estos cristales privados
encuentra el Sol su encandecida bruma,
sus ciclos de impasible sufrimiento.

Has cegado todos los cauces,
todas las armaduras predilectas del alba.
Confundidas estrellas encienden tus cabellos.

―corredor del anochecer:
abre la puerta al animal aullante.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Líquenes de hilo blanco


Carretera. Fotografía de García-Gálvez

La carretera era un pasillo infinito, un territorio rubio varadero de sueños; el campo, un desierto de bronce, crudo al sabor de las primeras luces.

Líquenes de hilo blanco demacraban el cielo en la aurora recién despierta que, fermentada en la noche, exhalaba vapores algodón y pastel, como hendiduras del aire vertidas de cerveza: resuello de viajeros que relatan, confusos, la ficción de su odisea, retorno inefable de lo que ya ocurrió y que es ahora realidad en el piedra de los mitos.

Mirando la cortina de agua, un chorrear de fuente enardece sus ojos, que pestañean nítidos al verde de la alfalfa.
Pasan árboles mustios, fugaces a través de la ventana.

Mientras conversan, se encienden las palabras sus labios trémulos y como fuegos de porcelana en frascos invisibles, se rompen en la distancia, derramando recuerdos que deambulan veloces ―liebres que huyen excéntricas, sobre el corvo semblante del páramo.

jueves, 15 de diciembre de 2011

Impresión marina


Playa de Lobadiz. San Jorge (Ferrol). Fotografía de O.G.

Estoy al borde de un acantilado,
el rumor de las olas
pronuncia la distancia,
que parece huir
para cesar en otro mundo.
Tiembla
el aroma a salitre
en la flor desenvainada de la espuma.
En aquellas lejanas piedras
los ruidos
son ardientes e intensos.
Hoy, el cielo está más desnudo
y es su cicatriz
más real.
El horizonte se reclina
como el alquitrán de unos párpados al cerrarse.
La inmensidad
comienza a mecerse despacio.
Oscilo con las luciérnagas en la noche
y siento los gemidos
en el desprendimiento de los astros.
Esta tristeza de hace poco
surgió sin ninguna violencia,
como la angustia
larga de una profundidad.

¡Oh noche,
escucho otro diluvio en ti!
mientras regresa el fruto acerbo
como el remordimiento de la luz,
como las rojas voces
que esconden las gaviotas.

sábado, 10 de diciembre de 2011

Nómadas de piel despierta

Wind from the sea. Andrew Wyeth

Con un mar por testigo,
dispersaba los cantos de la nada inagotable.
En el delirio, en la condena,
contemplaba, sin su concha,
la carne de los hombres.

Y, súbitamente,
como brotes de luz anidados en un sol demasiado blando,
comencé a desear
desesperadamente,
el olor de la tierra amante, extraña… húmeda,
corría los senderos que se escapan
donde el cielo se empaña de oro,
exploraba los términos más profundos del lago
donde la luna lo penetra con sus manos congestionadas.
Yo deseaba,
intentaba buscar,
el repentino golpe de toda el agua
al doblar de una esquina.

Esta claro
que la imaginación averigua en el entusiasmo
los histriónicos gestos de lo sentido.

Pero a mí,
el agua no me llega.
No me basta la vida ni sus ímpetus.
No me sangra
ese cuchillo que segrega a la madre
como una atmósfera recién llorada.
Los días,
en mí,
se mueven como el sueño de un buque en alta mar.

Esta claro
que mis calles se enredan y persiguen
en pos del rastro de los ángeles que cuidan de mi inspiración,
esos que siempre se extravían en la niebla
arrastrando las horas por el fango.
Es la monotonía de la ceguera,
algo efectivamente muerto como un niño sin corazón.

Falta un pedazo de muro.
Falta una cruz en la puertas.
Falta lo mucho de tantos.

Y yo querría ser una libidinosa primavera
que se adensa sobre un puente desvanecido,
un abismo cavado en otro abismo silencioso;
el humo que se asienta en algún ángulo olvidado
o la hoja de papel abandonada
sobre un tiempo que todavía parezca un cementerio.

Yo sé que en el fondo del río
hay nómadas de piel despierta,
cielos sonoros ancorados
a encrucijadas y tiempos indemnes.