sábado, 23 de julio de 2011

Una saciedad de la persistencia

El artista y su modelo. Henri Matisse.

Te miraba en la saciedad de la persistencia
delirada en el oro que conduce la tarde,
como si fueses una dilatación extendida sobre la arena;
ese remedo de avidez
que se arraiga en todos los cuerpos.

Te miraba desde un espacio sin dimensión,
yermo e inconsciente
como el crujir de mandíbula del gran tiburón blanco.
Quizá es que la ambición reniega del horror
como el tormento reniega de los mares,
como reniega
la sangre de los ríos
y de los cuerpos en el puro llanto del calor;

dos lágrimas de humedad reflejando la luna,
dos perlas que chispean,
dos gotas de sudor
ululando
en tu carne encendida;
el humeante seno
que se extiende al pinar como un ropaje,
en el vapor sublime
de un instante
muy
lento.

miércoles, 20 de julio de 2011

La placenta de los amantes

Amantes con gato. Oskar Kokoschka.

En las entrañas de tu vientre titilan las tinieblas
mientras vamos sangrando el tiempo.
Un jardín de gaviotas pulsa el mar
y con sus alas va encrespando la espuma.
Miro y los huesos se abren, vuelan descoyuntados,
doblegándolo todo
como en un intento de cielo.

Con el lomo encorvado de la lluvia,
los jardines colgantes empalidecen la luz,
derraman la leche esencial que nutre los bosques impuros.
Estas vigas de azul ¿son luminarias del abismo?
¿son las anguilas del hechizo?
¿son las placentas del amante?
Todos los ciegos tienen cristales en las manos,
los ciegos y la cólera o la costumbre de los asesinos.
Tú, la ilegítima ascendencia,
la lengua que relame el miedo,
la substancia muda del odio,
la que apenas percibe los alambres del corazón
y nutre el embrión de todos los cobardes;
los diamantes han puesto candados en tus ojos,
pero yo te acercaré a la tierra en la señal del juramento
¡Que afloren ya las rosas en tus ojos!

Filtremos un fluido,
casi real,
del venero que esparce nuestro pequeño amor.
El despliegue de sus fragmentos será la memoria del agua.
Afinemos el brillo del sueño con tus manos blanquísimas,
con tus inquietos labios
que espumean la almohada como virgen que asciende.
La adorna,
la limpia,
la aroma un lirio como un dios dorado
que en la sombra se agranda
desde el fulgor de una ceniza microscópica.

Se retuerce el frío en mi cuerpo como si fuese una serpiente
como raíces de cometas subterráneos
―profunda vida en fuga.

Preciso urgentemente una línea excitada, un cable eléctrico,
el cuchillo que raja al inconsciente,
o ese fanal
que temblando en la noche
transpasa todo el mar;
esto sí que sería un amor penetrado,
el que la palabra conjure como una traición del hambre,
con eso ya me basta.

lunes, 18 de julio de 2011

Soles


Atraviesa mi espalda una lanza de cobre.
Su verde óxido
es mi cielo sanguíneo.
Su médula de fuego exaspera la carne.

El Sol del Ser.
Soles en mí por mí engendrados.
¡Sí, soledad de oro,
neuronas encendidas!
Vuestra tarea
vierte la vida tras mi nada.

Mi cuerpo es un abismo con peces abisales.
La luz toda en el hueco de una mano.

Jardín de vivo invierno


Rieles al atardecer. Edward Hooper

De ancho tronco de madera parda
donde se allega un dios harto de luz.
Donde encuentra la carne su reposo,
retorna y se retuerce en exclusiones,
destierros de ateridos laberintos.
Donde el bosque es aroma desdeñado,
destruido por un mar prehistórico;
duro y extenso pecho
—cuero rasgado en el olvido.
Donde la ruta gira voluntades;
se pierden a lo lejos
—escapan inasibles, ignoradas,
nubladas de dolor.
Donde una playa yerma desmorona
diversos centros del mirar;
se extinguen en su tránsito indecible,
centellean y quiebran al instante.
Allí, donde tu cuerpo excita
el breve encuentro de la piel,
y gime su orfandad inescrutable.

En la luz, arcos, ruedas, pone el tiempo.
Tu frente, aligerando sueño y aire:
¿será piedra, menguada sima… rosa?
¿Yacerá arrugado el fulgor?
¿Florecerán prodigios
husmeando en un desván de rostros increíbles?

Pones el porvenir en el balcón,
libre al fuego lejano, suelto al rojo,
condenado al momento fronterizo
que es futuro de ahí, cercándote,
instigando enemigos impasibles.
Ese relámpago es desolador
—cruel esterilidad de la renuncia.

Las tropas del valor, casi cadáveres,
son mazos de conciencia
esperando un jardín de vivo invierno.

miércoles, 6 de julio de 2011

La sombra de Nosferatu

The Awakening of the Forest - Paul Delvaux

En la lentitud de la sangre
he braceado todo el miedo,
y también algo más:
las ruinas de un tiempo aún con brasas vivas
como la de esos harapientos
que tragan el polvo de los cañonazos.

Recuerdo aquella fiebre profunda
del paladar sin lengua.
Era un pavor en blanco y negro, agridulce,
intenso e irracional como la sombra de Nosferatu;
el ansia detrás de la luna,
apenas un páramo oculto.
Recuerdo cuerpos mutilados en la bruma
y voces superpuestas,
en un intento de entender la noche
como un crepúsculo cuajado en un animal salvaje.
Siempre, a tus espaldas,
hay ciertas luces que se mueren
como un fulgor que lo retiene todo.

En días venideros y extraordinarios
abogaré por la más diestra de las sombras,
la que persigue toda la carnicería de la palabra.
Nunca
es demasiado tarde
para que la sangre rebase
sus manantiales.