domingo, 5 de junio de 2011

Paisaje


Paisaje Port Lligat. Salvador Dalí

Ahora, en esta habitación,
ligeramente encendida,
aletea una mosca al ritmo de Count Basie;
mi mente es una muchedumbre de enredos y memorias.
Tras la ventana, la calima expande sus pulmones silenciosos
y reposa dormido el absoluto del mar.
Es un soplo de plenitud la hora larga y lúcida,
mientras, en lejanía, los acantilados avanzan sus planos agrios,
partidos sobre el fondo azul.
El perfil de la costa, limpia ahora, se inflama al Sol.
De pronto, como un fino escalpelo, una arista de piedra,
encallada y perfecta, me extrae intacto un sueño.
Resulta extraña la apariencia de esta ficción;
su génesis viene de lejos,
de versos embadurnados, de inestables eternidades,
pero su “principio”, su "médula", es inefable arquitectura,
instante que ocupa un espacio totalmente mental
por inmutable:

A la orilla de un río yace un moribundo;
la última espada de luz
ya se espesa en su entraña oscura.
Es muy densa la helada expresión del rictus,
y en el fondo de sus pupilas
se siente aún la sangre
… la vida.

Al otro lado
de la corriente
un caballo de vaga esencia,
quiebra el tiempo, el río,
las formas
y todos sus perfiles transmutados.

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