sábado, 10 de diciembre de 2011

Nómadas de piel despierta

Wind from the sea. Andrew Wyeth

Con un mar por testigo,
dispersaba los cantos de la nada inagotable.
En el delirio, en la condena,
contemplaba, sin su concha,
la carne de los hombres.

Y, súbitamente,
como brotes de luz anidados en un sol demasiado blando,
comencé a desear
desesperadamente,
el olor de la tierra amante, extraña… húmeda,
corría los senderos que se escapan
donde el cielo se empaña de oro,
exploraba los términos más profundos del lago
donde la luna lo penetra con sus manos congestionadas.
Yo deseaba,
intentaba buscar,
el repentino golpe de toda el agua
al doblar de una esquina.

Esta claro
que la imaginación averigua en el entusiasmo
los histriónicos gestos de lo sentido.

Pero a mí,
el agua no me llega.
No me basta la vida ni sus ímpetus.
No me sangra
ese cuchillo que segrega a la madre
como una atmósfera recién llorada.
Los días,
en mí,
se mueven como el sueño de un buque en alta mar.

Esta claro
que mis calles se enredan y persiguen
en pos del rastro de los ángeles que cuidan de mi inspiración,
esos que siempre se extravían en la niebla
arrastrando las horas por el fango.
Es la monotonía de la ceguera,
algo efectivamente muerto como un niño sin corazón.

Falta un pedazo de muro.
Falta una cruz en la puertas.
Falta lo mucho de tantos.

Y yo querría ser una libidinosa primavera
que se adensa sobre un puente desvanecido,
un abismo cavado en otro abismo silencioso;
el humo que se asienta en algún ángulo olvidado
o la hoja de papel abandonada
sobre un tiempo que todavía parezca un cementerio.

Yo sé que en el fondo del río
hay nómadas de piel despierta,
cielos sonoros ancorados
a encrucijadas y tiempos indemnes.

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