domingo, 6 de mayo de 2012

No quiero la tierra consagrada

La vasta noche. Eduardo Úrculo

En la frontera de tu respiración
se hienden
las delicadas cimas del aire,
el altar
del primer pájaro nevado.
Yo aproximo el aliento avanzando la boca,
abriéndose a otro aliento más puro.
Pero no quiero
la tierra consagrada, la quiero profanada
por tus líquenes rojos y por tus pies ligeros.

El día deja huellas blancas en tu frente,
las hojas
de un tiempo todavía vivo,
lo que no cesa y las palabras buscan.
¿Cómo beber
el aceite del rostro que se asombra a mi lado,
que clarea y despunta,
anegados los párpados de memoria excesiva?
¿Cómo llegar
a las islas de la intemperie
donde las aguas dan forma a los sueños?

Olvídame,
fulgor de la cegada orilla,
tráeme el recuerdo,
o la forma de aquella idea
dormida en un muchacho.
Yo sólo tengo la memoria del destierro;
me es inasible la memoria de los otros.
Pero muchas veces
palpamos frutos delicados,
alas que apenas nos rozan,
accedemos sin temor a los más recónditos abismos,
donde ningún dios es capaz de contener a un solo hombre.

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