martes, 5 de junio de 2012

Astillas de diamante



Muerte y vida. Gustave Klimt

Hoy quiero hablaros de mi padre.
De la sangre inerte desbocada en la tierra.
De la pérdida
y su disposición agónica.

Hoy habito en la pena que brilla como un cuchillo en la sombra.
Es inútil la ira.

Existió en un trance de luz que nos imantó desde el Sol;
ahí, en esa fiebre sonámbula, ocurrió todo:
su espacio absoluto, su tiempo reinventado.
La vida fue su única intención,
un acierto que ahora es visible; la memoria la reconstruye,
pero hierve su herida
porque antes de llegar o después de la luz no hay nada,
ni olvido será, porque nadie habrá para olvidar.

Enmudeció. Se abrió una flor entre sus pómulos;
irrumpió una fragancia a tiniebla purificada.
Parecía sentir un rescoldo revuelto
su corazón;
en su última llama me envolvía
mientras los números del agua bajaban a sus sienes.

Tengo su sangre. Tengo sus manos en mi manos.
Tengo la mudez de la tierra
donde persiste el fruto inerte, sin especie
—la insignia deslumbrante de las llagas:
astillas de diamante, el hielo del dolor.

Mirad el tiempo y detened el río.

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