Los atletas cósmicos. Salvador Dalí.
Ancorada, la carne duerme en un reposo frío:
el mar, la inquietud,
los golpes de la tempestad contra los vidrios.
tus ojos de nieve brillante
cuando los faros gimen la humedad del rocío.
−Padre, que no ceda tu edad,
nunca los años tienen
las longitudes invadidas
por los cuerpos que esparcen el sueño de la tierra.
Aquí, en el mar,
la costa se dilata en una piedra imaginaria
o en un silencio ahogado en el agua,
ese número que detiene la leva universal.
−Padre, tus horas inician la embocadura,
quizá alguien bajo desconocidas formas,
atraviese el paisaje
en una fuga íntima,
mar adentro, a golpes desmedidos,
buscando la cartografía absoluta
que fermentó tu corazón.
−Padre, tu polvo asciende
insaciable y se intuye exánime la esfinge
como un completo error.
Su instrumento pronuncia
la extinción de lo inadmisible.
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