La estatua silenciosa Ariana. Giorgio de Chirico
Estaba el templo en sombras aquel día,
cuando ella palpitando abrió los ojos
como si fuesen dos diamantes rojos,
una mirada intensa, enamorada y fría.
Eran de leche densa, blanco nube,
un delirio de mármol, gris impuro,
los pechos grandes, el semblante duro
de aquella estatua viva; ¡visión! que nunca tuve
Con mis manos quisiera templar el desatino
del crispado arrebato en el silencio yerto,
la alucinada gloria, el pulso repentino.
Preguntaré a la piedra si es el enigma cierto,
si encumbra lo sublime, si concibe un destino
cuando las horas cieguen su cristal más experto.
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