miércoles, 21 de diciembre de 2011

Líquenes de hilo blanco


Carretera. Fotografía de García-Gálvez

La carretera era un pasillo infinito, un territorio rubio varadero de sueños; el campo, un desierto de bronce, crudo al sabor de las primeras luces.

Líquenes de hilo blanco demacraban el cielo en la aurora recién despierta que, fermentada en la noche, exhalaba vapores algodón y pastel, como hendiduras del aire vertidas de cerveza: resuello de viajeros que relatan, confusos, la ficción de su odisea, retorno inefable de lo que ya ocurrió y que es ahora realidad en el piedra de los mitos.

Mirando la cortina de agua, un chorrear de fuente enardece sus ojos, que pestañean nítidos al verde de la alfalfa.
Pasan árboles mustios, fugaces a través de la ventana.

Mientras conversan, se encienden las palabras sus labios trémulos y como fuegos de porcelana en frascos invisibles, se rompen en la distancia, derramando recuerdos que deambulan veloces ―liebres que huyen excéntricas, sobre el corvo semblante del páramo.

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