viernes, 25 de diciembre de 2015

La noche en éxtasis

Noche estrellada

Llevaba en el cuello,
aherrojado,
todo el remordimiento,
y unas garras, pacíficamente,
me arrancaban la razón.

Le miraba los labios colmados de flores,
la suavizada piel recubriendo los campos,
encandecida, fulgurando los sedales de hierba.
Las palabras que pronunciaba
se izaban como pájaros
cuando el viento batía sus ruidos.

Ella pedía
unos mares con anchos pies
para establecer tránsitos
inabarcables.
Lilas para llorar la alucinación de los muertos.
Esperar de la tierra, esperar de las aguas
que fuese… que existiese.

En medio de los aullidos,
el desencajado semblante
al sur de la condena y sus consuelos trágicos.

Desenvainó el semblante
para rebanar con su filo
la nostalgia que la encumbraba
con una palidez lunática.

Después, sentados
al borde de una noche en éxtasis,
observamos todas aquellas lámparas encendidas.

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Era lo amargo

Holland Hotel. Richard Estes.

Miro la calle
mientras abre sus fauces húmedas.
El mobiliario urbano
hiede a viciadas memorias nocturnas;
aun así es tranquilizador
acechar el silencio
en espesores o cadencias separados
que huyen de la tensión inútil de la luz;
mirar en las esquinas
los sepulcros de claridad,
aun tibios,
como el escombro que depone
el rendimiento del amor.

Más allá del oprobio de las horas,
está el hambre contaminada
de los exánimes escaparates
−temblores que tantean las cosas y los cuerpos
en una ceremonia
que representa otra vida.

Ya nunca más seremos
esos residuos
ni cendales ardiendo
porque la noche no devuelve nada
ya que ni huesos tiene.
Es como un aire
muy denso y contagioso
que solo sirve
para después de los rituales.