domingo, 29 de septiembre de 2013

Un hombre insoluble


Oficina en una ciudad pequeña. Hopper

Un hombre ¿solo? Con su yo soluble.
                                          Blas de Otero


Después de leer a Blas de Otero
he pensado en probar
algún verso de perdedores:

Naciente o terminante
un hombre
solo e insoluble, indescifrable
…………………………
Hasta los tuétanos
me ha llegado este viento ardiente,
hasta las sienes este mar de fuego
………………….
Un destello de sombras,
una emulsión de dioses muertos.
………………
Hay ríos perdidos
que no saben del mar en calma
Hay infinitos orbes en nacimiento
sobre otros mundos aplastados.

……………….

Sí,
aquí en la hamaca
voy ensayando algún poema
de desahuciados
mientras tiemblan tus nalgas,
en la luz de la luna
lustradas,
mientras las extensiones íntimas
de la mañana
quedan desangrándose de tanta noche herida.
Quiero enfilar mis versos
en la derrota de la sangre disparatada,
contra el hielo y contra la calles
que no sienten la carne que roza sus fachadas.

Hoy deseo escupir a los días sin rumbo,
y airear el sonido de las flautas.
Quiero sombras de paloma al fondo de las aguas.
Quiero todos los ruidos de un mar embravecido,
ser la ola y la luz
que al final se extinguen y estallan
en un labio de grava.

Que todo sea nada
que ni siquiera sea el miedo,
la sed de los hipócritas,
y los perjuros de la fama.

jueves, 19 de septiembre de 2013

Las aguas bajo el puente

Footbridge at Passy. Henri Rousseau

Se revela tu piel entre los fluidos de la destrucción,
y excitada se amplía la imagen de la rosa.
El silencio y todo el aire son tuyos,
apenas queda algo que tasar.

Redimida, sangrienta,
te levantas y empujas tu lancha río abajo,
y mientras tu espacio se agota,
el tiempo se convierte en agua.
Sí, el día, tu vida
ha transitado como las aguas bajo el puente,
acaso como hierba instantánea
en un cauce arqueado de estrellas,
como la pérdida
cinco segundos antes de la concentración.

Ven, siéntate conmigo en esta roca,
inhalemos el bálsamo de alguna guitarra
o de algo que parece crecer
en el incendio de otra naturaleza,
de otra razón
intuitivamente sentida.

Continuaremos siendo
aunque nadie publique las cartografías
de nuestra endeble juventud.

viernes, 6 de septiembre de 2013

Los hombres mudos


Hombre. André Masson


A José Martínez González, A Eugenio Ferreiro, mis abuelos;
a José Martínez Riande, mi padre;
todos ellos hombres mudos.

Yo ejecuto lo apócrifo
y la urgencia precisa de lo efímero.
Está en el hijo la heredad precaria,
pero de eterno fluir subterráneo.
Yo persigo al Ser cauce;
yo debo propagar lo intenso de su imagen,
su discurrir acrecentado.

Yo soy hijo del tabernero,
nieto del zapatero, nieto del percebeiro.
Yo soy el brote de una tierra oscura
que infatigablemente desentierra a sus hombres mudos;
fecundo suelo de hombres incalculables,
hombres río, abarrotados de desembocaduras,
hombres salinos, hombres rápidos,
nítidos, absolutos como una alma corpórea;
los hombres pájaro
que llueven a la tarde distraídos
como si nunca hubiesen muerto.

Ellos se dejaron atrás la forma de vivir más incansable.
¿Estaremos a tiempo de su muerte?
¿Estaremos a tiempo de rectificar
quietos, resueltamente quietos,
librando su amargura?

jueves, 5 de septiembre de 2013

La avidez de un afán

Puesta de Sol. Joan Abelló i Prat

Estímulo de luz como fermento blanco,
fértil en la distancia del retiro oriental,
donde — sagrado mito— una diosa abisal
resplandece traslúcida en su desnudo franco.

La llama del glaciar ardiendo en el barranco,
en el erguido circo de un destino ancestral,
cuando se hunde armónico —pureza de cristal—
el magnífico alud que relumbra en su flanco.

El arrogante empuje ascendiendo al acebo,
a sus sienes de agua —palpitando en la rubia
semilla candeal, cuando la savia experta
disuelve los prodigios que procrean de nuevo.

Así, serás raíz fecundada en la lluvia,
la avidez de un afán que en el humus despierta.

lunes, 2 de septiembre de 2013

Como una lancha sumergida

El puerto del Havre de noche. Aureliano de Beruete y Moret.


Hace tiempo que empuja la estación.
Se enciende la belleza
en el calor paciente de la casa.

Cuando te fuiste
se perdieron los huesos del verano.
De la ropas tiradas en el suelo
quedaron trozos amorfos del amor
y exfoliados aromas de una carne
ya muy lejana.

El temor y el ultraje hablan
de las cabezas, de las extravagantes mímicas
de los derrotados.

Pero así como titila en la niebla
el filo de un cuchillo,
reaparece tu presencia
en la humareda de los días.

Todas las cosas de la ausencia,
son como buques quietos
que no lastiman; en su desesperación
van rozando desde muy lejos
los objetos marinos
y también los delfines interiores.

Pero sí que duele el peso de algunas maromas,
esa animalidad que surge
inesperadamente
en la frialdad de los puertos,
sesgando las esquinas, tropezando
de frente con los sólidos
del aire,
antimateria impura,
revés de los acuíferos de oro.

El postrero naufragio de tu avance
resistirá como una lancha sumergida,
envejeciendo quieta
pero soñando,
y que llega así; llega
abandonada a su morirse.