domingo, 23 de septiembre de 2012

El tedio


City roofs (Edward Hooper)

Se despertaba muy lentamente
cuando la noche aún semejaba un gigante dormido.
Después, entornaba los párpados permitiendo la vida
y esas nubes triviales
que enfrían la mañana,
como una procesión de piedras pronunciadas con elegancia,
como ese primitivo amor a la unidad
en su imagen más pura,
aquel que en sus manos sostiene
todo el peso del tedio.

Leía libros con sabor a humus
… a tierra.
Las palabras se reflejaban en un vuelo sin despedidas;
se silenciaban a la vez, ensimismadas.

El ojo inmóvil implorando amor,
convaleciente y vírico,
referido a un recelo esencial y provocador,
agrio como el pulmón de un espejismo,
flemático como un desierto
con sus camellos secos.

El pozo, el gran pozo y el retroceso a la desolación,
al color de los ciegos,
al agua seca de los espacios siderales.

Seis toneladas de pensamientos
no alimentarán ni una sola idea de la muerte,
ni una sola idea de la inmensidad vacía de un cadáver.

¡Dios, qué inocente y simple es la muerte!
Es como un pájaro que de repente desciende sobre un charco,
bebe en dos picotazos rápidos
y luego se dispersa anónimo en la gran migración.

sábado, 22 de septiembre de 2012

La infección de los hierros

Carcase of Meat and Bird of Prey. Francis Bacon

La edad nos harta,
pura en su indiferencia

−Mírame con tu herniado ojo
de distorsionado fulgor
¡qué largas son las aguas que exceden su gemido!

Pero siempre me quedará l
un insomne placer a seguir ardiendo.
Me quedará el peligro, toda la incertidumbre.
Me quedarán
los puntos que se evaden al rozar de los pasos,
el brillo de los peces en los mares nocturnos.

Bésame con tu labio húmedo
y que venga tarde el silencio,
cabal como un cuchillo.
Mi carne no recelará
la infección de los hierros.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

El miedo de Corbain


Toda certeza y persuasión cedieron
ante aquel óxido del tiempo.
Era un otoño barnizado
que ya no lamentaba la muerte del estío.
Renqueando irrumpió una luz cansada
con todo el viento amontonado adentro de la casa.
Inquietantes
se excitaron las mesas y las sillas,
los hierros y los mármoles,
alimentando una ansiedad como vivida en una brasa.

Corbain no pudo predecir el miedo de las manos.
Un frío de glaciar
recorría su cuerpo cuarteando la carne.
Tenía barro en la mirada,
y su densa humedad
acababa por delatar aquellos ojos grandes.

Como esa lasitud
que siempre se diluye en la calima,
así iban cobrando su extensión
todas las cosas que había perdido.
Apretó el cuerpo
contra la esquina más oscura
y mirando el rectángulo brillante de la puerta
dijo:
ahí viene a buscarme el mundo.

sábado, 15 de septiembre de 2012

La lluvia arde

Playa. Joaquín Sorolla

Has de recoger la cosecha
de la nostalgia, y tendrás
de consumirla lentamente,
como las piedras se consumen en el río
o las mareas en la sombra.
La lluvia arde
cuando lo desterrado regresa del olvido.
La pluralidad del agua es renacimiento;
pequeños gérmenes
que se revuelven llenos de salitre
en playas gigantescas −ese espacio brutal
donde se postran
y mueren los relámpagos.

Todo se urde desde
un universo en vilo;
la destrucción se expande
como una ciudad sin límites.

sábado, 1 de septiembre de 2012

Recoge al hombre caído

Partida de los más jóvenes hacia la guerra. Peter August Böckstiegel.

Recoge al hombre caído,
rígido
o enloquecido,
cuando sus ojos prolonguen un vértigo rojo.

Comienza a amarlo
sin publicar apenas
sus articulaciones,
tal como un ángel
en las quimeras de una mariposa nocturna.

Arrópalo desnudo
con una camisa ligera,
cuélgalo en un perchero dentro de un armario vacío
y sostendrás la carne de la ausencia.

Una fibra última
palpitando en los labios,
será su palabra final;
el signo que los dioses
todavía frecuentan
en la sangre reseca de las ruinas.