miércoles, 6 de julio de 2016

La montaña sobre los párpados

Desde Lugo, bajando los montes de “A gañidoira” se llega a Viveiro.

Centellea el silencio sobre un tiempo
trasnochado de caras, frío y sórdido;
podrido de años quietos que se olvidan
en la floja tiniebla de la altura.
El alma arcana del invierno
ha nacido esta vez con mucho espanto.
La hierba se arrincona.
Sueña el hongo agua y tierra pausada.
Despierta la montaña desafiante
a la errática alma de los potros,
a la tristeza de las vacas
y al denso planear de los miñatos.

Tarde o más lejos,
el fulgor verde de los bosques
azulea sobre las aguas
y enardece pequeñas lanchas quietas;
cavila gris el humo de los barcos;
atrapa en manos francas, enseres y aparejos,
cantos y resplandor de peces
que tal vez algún ahogado
pinceló, ocres, en Celeiro.
Toda esta impalpable nervadura,
izada por corrientes locas,
transborda el gusto a mar hasta el rocío de los pinos,
encandeciendo la mirada gris
de gentes y lugares, penados y otras sombras
―muchedumbre callada sin el rigor de los relojes;
flores raras, colores desplomados
de la montaña quieta sobre los párpados,
en el rumor de oro
de una mañana que se muere sola.