lunes, 29 de septiembre de 2014

Chet Baker (Let's Get Lost)

Ofelia se mece como un gran lirio,
flota tan lentamente, recostada en sus velos...
cuando tocan a muerte en el bosque lejano.
Arthur Rimbaud

Chet se mece como un gran lirio,
flota tan lentamente, recostado en sus velos...
cuando tocan a muerte en la ciudad lejana.

Chet y los devaneos de la sombra
tras la ventana.

La trompeta de Chet, la voz de Chet
o la caricia lenta
de un astro solo,
precipitado en su agujero negro.

Toca, canta Chet una herida
de luz extrema.

Chet es el tiempo entre nosotros.
Es un corazón que desanda
sus devastados pasos.

Chet se empoza en el barro
porque sabe que los dioses
son instantáneos,
que las sensaciones tocadas
son el oro en el humo,
que en todas las drogas, el sueño
asciende al mar
tras el azul.

Más que creer,
tocar ayuda a morir.
Chet no cree en los premios del cielo
ni en los desastres noche adentro.
Es la memoria
acariciando
unos ojos enteros.

Él sabe que el tiempo es la guerra,
que una trompeta siempre pule
el fulgor de las cosas
recién creadas,
que sus fuentes vacían
los soplos de un alma
que pasa.

Chet y los devaneos de la sombra tras la ventana.


El gran trompetista de jazz, Chet Baker, murió en 1988 cuando se precipitó por la ventana de un hotel en Amsterdam.

domingo, 7 de septiembre de 2014

El mar y el dios

Profundidad marina

El mar y el dios
a veces
dan pena, tan inhóspitos
en su oscura profundidad.
También es despiadada
la vigilia de un hombre solo
—El ángel que se incendia
hasta convertirse en un viento
revuelto y seco
que va esculpiendo
los rizos de la tierra.

Somos el reflejo de un sueño
la ofrenda ajada
en el oro del canto.

viernes, 5 de septiembre de 2014

La lámpara roja


Two Models on a Kilim Rug with Mirror. Philip Pearlstein

Ella siempre mostraba
los coágulos nevados de su sexo,
el recelo nervioso en el que sumergíamos
nuestros melocotones más brillantes.
Cuando su piel rosada lo recubría todo,
entrábamos en éxtasis;
sentíamos, volviendo hacia atrás,
siempre marchitos, los mismos sentimientos.
También mostraba sus brazos desnudos
con una exuberancia de perfumes
que la encumbraban más allá de las cortinas,
excitando los lienzos
de la pared, las mesas, la habitación entera
y el inapelable arrebato de su humedad.

La bocanada femenina
afloraba por las ventanas
y se impregnaba
en las esquinas de las calles,
en los portales de las casas,
en el rocío de los árboles,
en los propios cimientos de la tarde.

Entonces golpeábamos en los amores propios,
los más impropios de todos los amores,
mientras unas garras pacíficas
destrozaban nuestra razón.

Al final se encendía una lámpara roja
que lo envolvía todo en un humo sanguinolento.