martes, 30 de agosto de 2011

Liberación del canto

Paisaje con trigo que germina. Max Ernst.

Espejo de entradas abiertas
en donde el fuego es coronado,
sombra arrastrada por los ríos,
sangre esparcida por la hierba
―la sangre ha de ser difundida
o seca tendrá que morir en los cauces propios.

Sangre, sombra y espejo,
voy al lugar común y fantaseo
en donde el ojo es atributo de claridad;
os doy la forma,
y aclamo.
Os doy la forma, la revivo
y la convierto en llama, doblo sus esquinas,
me acerco y vuelvo a renovaros.
Os aclamo porque la piedra del hombre es canto.

Yo no he sido encontrado en esta tierra,
por eso en mí la carne se interroga
¿Es polvo lo que aquí concierto?
¿Sienten aquí las horas su desdicha?
Tierra, los que aquí yacen,
no tienen nombre;
van de la nada a los despojos,
de los despojos al vestigio,
que en ti es la semilla,
que a las almas encumbra
desde el infierno.

Tierra, madre, tus hijos predilectos
son deseos baldíos
como grandes globos hinchados.
Arranquemos hacia delante,
hacia la imagen imprevista,
al final de tus cauces
habrá un mar fortuito con fortuitos peces.
Gocemos del pigmento de los horas,
de su agudo vigor climático.

Liberación del canto,
con tus dedos de humo
renueva la supervivencia.
La anchura invulnerable de tu roce
siempre está descotando el aire.
Esta es la hora de milagros nuevos.

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