miércoles, 19 de septiembre de 2012

El miedo de Corbain


Toda certeza y persuasión cedieron
ante aquel óxido del tiempo.
Era un otoño barnizado
que ya no lamentaba la muerte del estío.
Renqueando irrumpió una luz cansada
con todo el viento amontonado adentro de la casa.
Inquietantes
se excitaron las mesas y las sillas,
los hierros y los mármoles,
alimentando una ansiedad como vivida en una brasa.

Corbain no pudo predecir el miedo de las manos.
Un frío de glaciar
recorría su cuerpo cuarteando la carne.
Tenía barro en la mirada,
y su densa humedad
acababa por delatar aquellos ojos grandes.

Como esa lasitud
que siempre se diluye en la calima,
así iban cobrando su extensión
todas las cosas que había perdido.
Apretó el cuerpo
contra la esquina más oscura
y mirando el rectángulo brillante de la puerta
dijo:
ahí viene a buscarme el mundo.

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