martes, 16 de abril de 2013

El forjador de tierra


El caminante sobre el mar de nubes. Caspar David Friedrich

Lograrás extender un milagro radiante,
tornar al forjador de la tierra en el viento,
abriendo manantiales bajo cielos de trigo.

Serás ruido... maestro sobre las estampidas
de la hora primera. Subsistirás diluido
en la templada savia del bosque de laurel
―penumbra de resinas y de excitados troncos.
Serás la tierra joven de humus negro y fecundo.

Germinando a través del ojo de las garzas,
verás la combustión de glucosa en las células.
Tibio te besará el labio del verano.
Un elixir carnal brotará en tu pletórica
morada, rebosante de fragancia y bullicio
―el sudor cristalino que clama en el aliento
de los vientres y huevos cuajados de criaturas.

El ocaso serás en la enlunada sien,
en el color febril que en las jaras delira.
Serás la palidez de un lago rico en aves,
lienzo que nutrirá los ojos de los niños,
el avizor silencio de su cuerpo espontáneo.

Serás un corazón de veloces latidos,
curvando como juncos la mañana pimienta,
la revuelta marina ―flanco añil del abismo.
Amarás el tumulto en toda la espesura;
allí donde las sombras celan tu desnudez
y la hierba se ciñe apretando tus muslos.

Serás la negra chova y el fantasma del Castro,
convocado en salitre, tormenta y aguacero.
Serás agua salvaje en su tránsito puro;
hundirás luz con piedra en un mar desmedido.

Tu destino será la sed de las estirpes
forjadas en la tierra ―mineral del olvido.
Pero regresarás divulgado en la sangre,
en relente de bruma, deshonrando a las Moiras.

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