viernes, 28 de octubre de 2011

Las campanas siempre doblan por los vivos

Abrazo de dos ausentes. Eduardo Naranjo

Desde hace tiempo inmemorial
las campanas siempre doblan por los vivos;
los sonidos relatan
la íntima congoja
de una emoción reconstruida
en una mano alta, yerma,
que se abre al azul
exactamente
con la rotundidad arrasadora de un tren de cara.

Desde hace tiempo inmemorial
tengo un labio insaciable
con algunas salivas que otros labios no gozan.
labio que envuelve al mundo
con una precisión que admiro.
Tengo algo interior que anularía cualquier tipo de desastre.

Y sé que sufriré por los campos temblando,
por los montes amurallados más allá del destino.
La conciencia me arrastra con enormes timbales sonando
con cegadores brillos rompiendo.
Los costillares de las olas
convergen sobre peces vagabundos,
sobre la cruz marina
que soporta la trivial carga del porvenir.
Pero mi discutida cabeza resistirá la pérdida.
Resistirá la contrición de una fuga
que haya llegado a su última floración.

Después, de nuevo el Sol
progresará sobre los patios
con esa sonrisa cansada, lenta,
que se empeña en la fe de las calles.

De nuevo, llegará el verano y traerá el mismo aire.
La misma admiración forzosa
implantará los mismo itinerarios:
el almuerzo con chistes,
las espaldas echadas sobre la arena,
las miradas volubles que pronunciarán el final del día,
que dirán que toda excursión después de las muchachas
era un embate clandestino,
una fuerza extendida sobre la tarde
que progresaba sola, erigida
sobre días interminables.

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