lunes, 10 de octubre de 2011

He cogido la manzana que mi hijo me lanzó

City Lights. Hiro Yamagata.

He cogido la manzana que mi hijo me lanzó;
exacta, sin rebote, fue directa a mi mano.
En la tectónica de la serenidad siempre puede sobrevenir
una gran erupción generadora de espacios nuevos;
la explosión de un sistema nervioso inescrutable como el universo
o el laberinto de un naufragio.

Los frentes del amor concretan el calidoscopio de una mirada explícita
cuando la carrocería de un objeto asoma desde sus cauces múltiples.
Luego, desaparece como un disparo
o como una pureza desmedida que se transforma en carcajada.

Yo os digo que hay una desnudez superior a la del hueso limpio;
es la fidelidad salvaje de la ternura,
la ceguera blanquísima en un oscuro resplandor,
lo intenso de la aorta inmediata a la sístole ventricular;
la entrada, hasta el encandecimiento, en el fuego de la inocencia,
esa insondable impresión que gira alrededor de un grito operístico.

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